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María B. Meiriño con P. David Brown, en el Specola Vaticana Osservatorio Astronomico Vaticano de Castel Gandolfo

De niña pasaba horas mirando el cielo, bueno lo sigo haciendo hoy y con el mismo asombro, porque siempre es igual y siempre es distinto. Aunque el sol tiene su recorrido,  la luna y las estrellas el suyo nunca lo hacen de la misma forma, porque hay factores que desconocemos y modifican no sólo el paisaje del cielo sino que esos cambios influyen incluso en nuestros comportamientos.

En continuo movimiento

Sabemos a ciencia cierta que estamos en continuo movimiento. El planeta gira sobre su eje y como estamos sobre su superficie, por ende, giramos al ritmo de nuestra madre tierra, ella a su vez  lo hace en el sistema solar, en la galaxia y quién sabe más, en dónde giramos y circulamos.

Con mi esposo, por cuestiones de trabajo, visitamos el Observatorio Astronómico del Vaticano en la famosa ciudad de Castelgandolfo, un hermoso lugar en las afueras de Roma, en Italia. Fue toda una sorpresa para mi mente, no paraba de pensar que estaba entre instrumentos que marcaron un antes y un después en la historia del  hombre. Pensaba en los mensajes que provoca la lectura del cielo, en la influencia en la historia de las investigaciones sobre la estrellas, las galaxias. Este centro fue fundado por los padres jesuitas, se dice que es el primer centro astronómico de la historia, aunque al principio no se le diese ese nombre.

En el recorrido pudimos observar mapas, dibujos de constelaciones, cuadernos con descripciones de planetas, fotos, trozos de meteoritos, telescopios. La lista es interminable. Por un momento me quedé sola mirando una vitrina que tenía un cuaderno abierto en la hoja  421, era el temporario del año 1600, “El calendario Gregoriano”. Se veían números escritos en tinta gruesa, separados en tablas, mediciones de movimientos de los astros, ciclos, etc.  Formas de medir el tiempo, etiquetadas en números y palabras. Entre nosotros hablábamos de la misión de estos sacerdotes científicos, el cambio que promovieron en la historia de la humanidad. Y cómo todavía hoy nuestra cultura cuenta los días, los meses y los años de acuerdo a las investigaciones de estos estudiosos.

Sola delante de la vitrina pensé en el tiempo, más en concreto, en el tiempo de vida de una persona en el planeta. Con el dedo seguí el recorrido por el vidrio y me detuve con él al final de la columna que marcaba el año 1647. Caminé hasta la biblioteca donde me reuní con mi esposo y con el jesuita, padre David Brown, que trabaja en el Observatorio. En algún momento empezamos a hablar de la misión de estos hombres, investigadores de los planetas.

La misión en la vida

Me quedé con esa idea, “la misión de la vida que tenemos cada uno”. De cómo la dedicación de un período de la vida del ser humano afecta a millares de personas. En el cuaderno no eran sólo números y letras, la tinta dibujada en la hoja de papel, la fuerza de la mano que desplazó la pluma sobre los renglones, reflejaban un alma dedicada a un objetivo.

Un total estado de conciencia, es reflejo de un estado de alerta, de responsabilidad, de amor; cuando uno es consciente es como la tierra fecunda que se prepara para recibir la semilla, de la que surgirá la planta y posteriormente el fruto.

Seres conscientes

Ser un  científico consciente, un matemático, un cocinero, un labrador…, conscientes; lo que realmente importa es aplicar el estado de atención plena en lo todo lo que hacemos, en el comer, descansar, observar, hacer el amor, besar, saludar…Todos los seres humanos somos luminosos, brillantes, dotados de dones, sea cual sea la misión en la vida, lo único que nos hace diferentes es la voluntad, el amor con que entregamos estos dones.

Cuando se escribe en el cuaderno de la vida, con el trazo limpio, claro y consciente de lo que se está escribiendo,  la lectura deja un mensaje y un beneficio a los que vienen después.

No importa el autor, lo que importa es lo que deja y cómo ayuda a los que le sucedan.

Puedes hacer este breve ejercicio Escribe en una hoja estas preguntas:

  1. ¿Para qué vivo?
  2. ¿Me siento feliz con mi trabajo?
  3. ¿Soy consciente de mi misión en el mundo?
  4. ¿Por cuáles actos crees que te recordarán cuando mueras las personas que te conocen?

Analiza las respuestas.
Luego piensa, ¿cómo te gustaría que fueran las respuestas?

Después de cambiar lo que no te gusta pregúntate y anota:
¿Qué estás dispuesto a cambiar para que sean tal cómo las ves ahora?

Hasta la próxima semana. Paz y bien.
Colabora: María Benetti Meiriño
Autora de libros y guía para meditación.
maria.benetti.meirino@gmail.com
www.mariabenettimeirino.com

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